Días difíciles de crisis sanitaria y confinamiento en los que cada persona tiene sus particularidades de vida, afectadas en sus diferentes facetas. En lo que me toca como profesional del entrenamiento y ejercicio físico, veo como muchos de los deportistas intentan mantener por todos los medios la actividad deportiva compaginándolo con la incertidumbre de cómo se irá desarrollando el resto de temporada y cómo la situación puede modificar el desarrollo de sus vidas fuera del deporte.
Nada más conocerse la noticia del estado de alarma, no paré durante 48 horas de investigar artículos científicos, leer noticias de especialistas (no el twiter o lo que se dice en programas de primetime), revisar mis libros y sacar conclusiones de cómo afrontar la situación ante el nerviosismo de mis atletas y alumnos.
SENTIDO DE FUTURO Y MOTIVACIÓN
La decisión fue clara y en base a que la primera parte de sus temporadas se había acabado. Era absurdo agarrarse a la incertidumbre de los eventos a pocas semanas y lo mejor era agarrarse al “sentido de futuro” a meses vista para poder mantener la motivación y objetivos claros en mente. El paso ha sido, bajar la carga de entrenamiento, mantener actividad aeróbica en zonas de fase I (por debajo primer umbral), mantener la fuerza y dar pequeños y espaciados “toques” de intensidad. Introducir trabajos respiratorios tanto de concienciación de la respiración, fuerza de la musculatura implicada y de cadencias y retenciones respiratorias. Para una vez que pasasen unos 12 a 15 días (posible tiempo de manifestación de los problemas de salud) ir poco a poco aumentando la calidad del entrenamiento.
Esta forma de afrontar el trabajo tiene su argumento en que a pesar de que se está en casa, el estrés ajeno al entrenamiento no ha caído, pues hay teletrabajo, cuidado de los niños, incertidumbre en la situación social y sanitaria más un posible sistema inmunológico luchando con una posible infección y si no es así, al menos intentar mantenerlo fuerte hasta que se vaya minimizando todo.
No pasa nada por tomar un par de semanas (o cuatro) de un trabajo no tan intenso, tomar ese respiro de cara al futuro de la temporada, enfocarse en otros aspectos del mismo ( esos que no solemos tener tiempo para ellos y podrían hacernos mejores) y según se estabiliza todo, ir cogiendo de nuevo el ritmo.
EJERCICIO, SISTEMA INMUNOLÓGICO Y ESTRÉS
Las próximas líneas tratan de argumentar esta explicación indagando en la relación del ejercicio con el sistema inmunológico, ya que el interés en el efecto del ejercicio sobre la función inmune data ya de estudios realizados en los años veinte sobre el impacto de la fatiga sobre la susceptibilidad a la infección. El ejercicio intenso altera la función de varios componentes del sistema inmune, afecta tanto a mecanismos innatos como a mecanismos antígeno-específicos. Al mismo tiempo, se elevan los niveles de citoquinas (quedaros con estas sustancias) pro y antiinflamatorias, y se alteran tanto las concentraciones sanguíneas de las poblaciones leucocitarias como sus capacidades funcionales. Las poblaciones más afectadas por los efectos agudos del ejercicio son células no antígeno-específicas como las células citotóxicas espontáneas, macrófagos y neutrófilos, características de las respuestas inmunes innatas. Se han propuesto varios mecanismos para explicar estas alteraciones como las hormonas de estrés, las citoquinas, las prostaglandinas y otros factores, que inducen un rápido intercambio de células inmunes desde la sangre hacia los órganos linfoides periféricos.
El efecto de la actividad física sobre el sistema inmune está mediado por mecanismos que implican el eje neuroendocrino-inmunológico, encuadrados dentro de las respuestas del sistema inmune a situaciones de estrés. Estas respuestas incluyen los procesos inflamatorios en los tejidos dañados o sometidos a estrés, así como la respuesta de fase aguda, que es la repercusión sistémica de la respuesta inflamatoria.
La relación entre el ejercicio intenso y la susceptibilidad a las infecciones es conocida desde hace décadas y se tiene comprobada que la progresión de las infecciones respiratorias a la neumonía coincide en numerosas ocasiones con periodos de ejercicio intenso y competición. Algunos atletas sufren con frecuencia mononucleosis infecciosa e infecciones respiratorias de vías altas. La frecuencia con la que padecen estas infecciones parece aumentar en situaciones de grandes cargas de entrenamiento y periodos de competición.
Hay estudios realizados en animales sometidos a ejercicio físico forzado (natación o cinta móvil) que sugieren que el entrenamiento anterior a 1ª infección aumenta significativamente la resistencia a la misma. Por el contrario, el entrenamiento extenuante en el momento de la infección reduce significativamente la resistencia a ella. Estos efectos del ejercicio sobre la resistencia a la enfermedad son más marcados en el caso de infecciones virales que en el de infecciones bacterianas. (ahora imaginad que alguien está infectado en las primeras etapas sin saberlo y se machaca sin parar o está en período de gran carga)
El mecanismo de la inmunosupresión temporal asociada al ejercicio intenso parece estar relacionado con el aumento de los niveles de cortisol en respuesta al ejercicio. Sin embargo, los resultados de estos experimentos con animales no son totalmente extrapolables a los que se obtienen del ejercicio realizado de modo voluntario por seres humanos, pues en los animales el ejercicio intenso es forzado y provoca un nivel elevado de estrés psicológico, que también puede tener efectos determinantes sobre la competencia de su sistema inmunológico. El estrés psicológico de la competición de alto nivel posiblemente tiene también un papel en el aumento de la susceptibilidad a infecciones en los atletas de elite durante la temporada de competición.
Ahora bien, en estos momentos no tenemos competiciones, pero sí tenemos una situación elevada de estrés psicológico (posibles niveles de cortisol ya elevados) dada la situación de confinamiento y de incertidumbre. Por tanto, uno de los mecanismos inmunodepresores, el estrés, lo tenemos activo durante estos días.
Las enfermedades infecciosas sin repercusiones sistémicas relevantes, como el resfriado común, no requieren la interrupción del entrenamiento. Sin embargo, las enfermedades virales con afectación sistémica (fatiga, dolores musculares, disminución del apetito, hinchazón de ganglios linfáticos) requieren la interrupción o la alteración del plan de entrenamiento. Esta recomendación está motivada por dos hechos. En primer lugar, el ejercicio intenso durante las infecciones sistémicas puede tener consecuencias negativas sobre la evolución de la enfermedad que puede prolongarse en el tiempo o agravarse. En segundo lugar, la disminución de fuerza y de la capacidad de ejercicio durante la infección provoca un aumento del daño muscular en los atletas que continúan su entrenamiento durante la enfermedad. (Este último hecho puede servir como autodetección de que algo no va bien. Un estímulo que manejábamos bien pero ahora se siente como excesivo o que cuesta más, puede indicarnos que estamos en una situación de depresión del rendimiento)
CITOQUINAS, RAMPA DE CITOQUINAS, EJERCICIO Y COVID-19

Una vez leídos los dos párrafos anteriores, analizaremos la situación actual, en la que nos encontramos ante un virus que puede no manifestarse hasta 14-15 días de estar “trabajando” sobre nuestro organismo y por tanto, en esta situación los procesos anabólicos están afectados, y mantener la carga de ejercicio, sólo contribuye a aumentar el daño muscular, exacerbar la respuesta inflamatoria muscular y la fase aguda de la misma, comprometiendo aún más, las capacidades de la respuesta inmune, la recuperación tras el entrenamiento y una posible “rampa de lanzamiento” a la manifestación de la enfermedad.
Veamos a qué nos podemos referir con posible “rampa de lanzamiento”. Gran parte de la evidencia de la asociación de inflamación con el ejercicio físico deriva de la elevación de citoquinas que se aprecia en esta situación. Aunque las señales que inducen la síntesis de las citoquinas no han sido completamente identificadas, se barajan como probables, los radicales libres, las prostaglandinas y las proteínas modificadas. Las citoquinas más relacionadas con la inflamación y el daño muscular inducido por el ejercicio son la IL-1, el TNF-& y la IL-6 (interleucina-6). Los datos obtenidos en biopsias musculares indican que la IL-1 y la IL-6 se producen en el músculo esquelético, durante y tras el ejercicio asociado al daño muscular. El daño ultraestructural de las fibras musculares después de correr se asocia a un ligero incremento de la IL-1 b a los 45 minutos después de la carrera, siendo este incremento más acusado a los dos días de acabar el ejercicio. Los estudios de citoquinas plasmáticas durante el ejercicio y tras él, indican que su producción aumenta en respuesta al ejercicio extenuante. El ejercicio ligero, como ciclismo durante 60 minutos a un 60% del consumo máximo de oxígeno, no induce elevaciones de la concentración plasmática de IL-lb, TNF-a y IL-6. Y, el ejercicio más intenso o el ejercicio con un gran componente de contracción excéntrica, induce una elevación de IL-6.
La producción de citoquinas puede comenzar al poco tiempo del inicio del ejercicio extenuante, siendo variable el período de tiempo para la normalización de los niveles. Los tiempos de elevación de la IL-6 pueden corresponderse a los del daño muscular. La concentración de IL-6 vuelve a valores similares a los de antes del ejercicio de forma rápida tras un ejercicio de resistencia, y de forma más prolongada tras un ejercicio intenso durante un tiempo breve (tardamos algo más en que vuelva a valores normales).
En resumen, intentando aclarar lo descrito; el ejercicio cuando induce daño muscular ya sea por microtraumas adaptativos, isquemia/hipoxia local, contusiones o torsiones, o bien por el tipo de ejercicio desarrollado como es una duradera alta intensidad, se asocia a elevación de los niveles de citocinas pro y anti-inflamatorias. Cuando es ligero produce aumento de la concentración sérica de IL-6. En el ejercicio intenso la elevación de IL-6 se correlaciona con la de la actividad de la creatina kinasa, que es un marcador indirecto de daño muscular. Las citoquiinas se liberan en respuesta al ejercicio extremo de modo secuencial, del mismo modo que en la respuesta a estímulos sépticos de carácter defensivo inmunológico. La concentración de IL-6 aumenta hasta cien veces inmediatamente después del ejercicio. A consecuencia del ejercicio no sólo se eleva la concentración de citoquinas proinflamatorias, también lo hace la de citoquinas antinflamatorias, pero con una cinética más retrasada en el tiempo. Es decir, que tras el ejercicio extenuante ya sea por mucho volumen o por muy alta intensidad, se abre una ventana temporal en la que nuestro sistema inmune se encuentra con sus capacidades disminuidas.
Pasando a lo que nos ocupa respecto a la propagación de COVID-19, la evidencia acumulada sugiere que un subgrupo de pacientes con COVID-19 grave podría tener un síndrome de tormenta de citoquinas por lo que se está recomendando la identificación y el tratamiento de la hiperinflamación utilizando terapias aprobadas existentes con perfiles de seguridad comprobados para abordar la necesidad inmediata de reducir la mortalidad en aumento.
Los síntomas clínicos de algunos pacientes con enfermedad por coronavirus (COVID-19) muestran que su enfermedad se deteriora después de ser hospitalizada de una a dos semanas, causando la llamada ‘tormenta de citoquinas’, que es una reacción exagerada del sistema inmunológico del cuerpo. Por lo tanto, es importante encontrar formas de predecir o detectar tempranamente la “tormenta de citocinas”.
Algunos equipos de investigación han encontrado que los pacientes críticos tenían la mayor cantidad de receptores de interleuquina-2 (IL-2R) e interleuquina-6 (IL-6) en su suero, mientras que los pacientes con neumonía leve tenían la menor cantidad, lo que demostró que la gravedad de la enfermedad se correlaciona positivamente con los niveles de expresión de las dos citocinas séricas. Y por eso, en estos momentos se está actuando en algunos casos, bloqueando la producción de la molécula inflamatoria interleuquina-6, producida por el sistema inmunitario en respuesta a una infección viral.
Así que, como podemos ver, el ejercicio de intensidad elevada y el de moderada, pero de volúmenes excesivos, provocan una secreción de citoquinas que coinciden con las citoquinas detectadas en las situaciones de infección por coronavirus del COVID-19. Las citoquinas en ocasiones tienen una función antiinflamatoria pero si las condiciones son adversas y se dan otros agravantes, su acción inflamatoria se ve potenciada provocando episodios comprometidos al organismo. Lo que me lleva a ser prudente en la planificación de los entrenamientos de mis alumnos y deportistas, controlando las cargas durante los días de confinamiento para disminuir las reacciones posteriores al entrenamiento de elevada intensidad (también podemos reducir estas respuestas alimentando correctamente durante el entrenamiento. La ingesta de carbohidratos reduce la cantidad de IL-6 que se produce postejercicio) en espera de que pasen los días de posible incubación y manifestación de la enfermedad para, a partir de ahí, ir de manera progresiva en el trabajo de entrenamiento dando ciertos recuerdos de intensidad al organismo.
Por tanto, junto al confinamiento, respecto al entrenamiento; cargas moderadas, de mantenimiento, ligeros recuerdos de intensidad, no acumular días de entrenamiento duro, buen descanso, hidratación, herramientas de control del estrés y pautas de nutrición saludable junto a las medidas de higiene que se han comunicado son los protagonistas del entrenamiento en esta primera fase de seguridad ante COVID-19.
Mucho ánimo a todos y sin perder el sentido de futuro.